El alma quiere volar

Llegan las vacaciones de verano y Camila sabe que debe pasarlas en casa de su abuela, con su madre, sus tías y con la gran matriarca de la familia. Allí, a través de rumores robados a través de las puertas y pequeñas pistas que le dan sus misteriosas tías, descubre que algo no va bien entre las mujeres de su familia. Se habla de una maldición que provoca que no puedan ser felices, pero ¿qué hay de verdad y qué de superstición? Mientras pasa el tiempo, Camila irá descifrando qué se oculta verdaderamente tras esta infelicidad e intentará evitar que la acabe por alcanzar también a ella.   

Apadrinada por Lucrecia Martel, Diana Montenegro se abre paso como una de las nuevas voces a tener en cuenta en el cine latinoamericano. A través de un único espacio, el caserío familiar, la joven cineasta despliega un exquisito y hechizante trabajo de puesta en escena en el que desarrollar las psiques y los miedos de toda una generación de mujeres. Un microcosmos expansivo que nos trasladará al universo de Isabel Allende, pero también al de Federico García Lorca; donde nos entregaremos a los ritos y los mitos de la feminidad a través de los ojos de una niña que está a punto de convertirse en mujer. Desde la inocencia de la infancia pero también con una incipiente picardía tan característica de la adolescencia, Camila se entrega a las confesiones de estas mujeres que la precedieron, a veces desde el humor, otras con un apesadumbrado tono de advertencia por el futuro que está por llegar cuando alcance por fin la madurez. Y es que la historia puede ser cíclica si las nuevas generaciones no rompen con las cadenas que las atan al pasado. Una fascinante coming of age que nos hará caer presa de un embrujo que, ciertamente, solo el cine podría conseguir.

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