Caina nos traslada a un mundo donde los muertos que naufragan, huyendo de África, son escondidos entre capas de cemento. Caina es una paria que recoge cuerpos y limpia, ordena y traza líneas divisorias para distinguir entre los propios y los extranjeros. Caina, marginal como sus víctimas, ha interiorizado el odio propio del suprematismo de ultraderecha que subyace a las estructuras europeas. Con todo, ella habita la frontera y se expone a la verdadera confrontación con la humanidad del otro. En otoño del año 2000, el fotoperiodista Javier Bauluz publicaba un reportaje de la playa de Tarifa que agitó la opinión pública con imágenes de inmigrantes muertos, náufragos de las pateras, extendidos en la playa mientras bañistas tomaban el sol. La actual crisis de refugiados devuelve vigencia a aquellas imágenes y es el escenario de Caina, una película de fotografía oscura que, a partir de la historia de una cazacadáveres, refleja la mala conciencia colonial. Se la ha tildado de distópica, pero es un implacable retrato de los fantasmas de la Europa de Schengen.
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